23 de marzo de 2020

Evelio Giusseppi Flores: Un artista cabal

** Poco antes de morir, el artista plástico Heriberto Blanco escribió este interesante texto sobre la exposición de Evelio Giusseppi dedicada a los 500 años de la "Resistencia Indígena". El escrito, creo yo, le sirvió de excusa para hacer una honesta crítica a la obra de Giusseppi desde un contexto bastante amplio, haciendo gala de su extenso conocimiento del arte y sus manifestaciones, mencionando a artistas de reconocida fama universal, y demostrando la precaria situación de los artistas plásticos en este tiempo de consumismo y decadencia de los valores estéticos en el ámbito regional y nacional. Disfruté mucho su lectura y transcripción. Por tanto lo recomiendo. Argenis Díaz/ 2016.

Por Heriberto Blanco
Estoy ante las obras de Evelio Giusseppi Flores. Yo diría que las más celebradas, porque ninguna de sus obras ha tenido la trascendencia de estas (paradojas de la vida o consecuencias del entorno), pues desde el punto de vista del espacio, línea, forma, luz, color, composición y demás elementos constitutivos de la obra de arte moderna, sus cuadros anteriores guardan un aliento poético que nos proporciona una más íntima relación con el arte, y en esta muestra es poco lo que artista logra para borrarnos una cierta vaga impresión de pintura por encargo. En alguna de estas obras el pintor no quiso ser sino el ilustrados de un tema histórico. Sobre todo en los tiempos actuales en que el espacio no tiene vigencia como receptáculo de imágenes representadas, y tanto este como la imagen son definitivamente partícipes de igual importancia en el campo de la pictórica.

No hago este comentario con carácter de crítica de arte. Está demás decir que esta no es mi profesión, y aun cuando conociese exactamente y estuviese en posesión de las normas, modelos y patrones que la cultura neoclásica inventó para identificar lo excelente y lo mediocre, lo bueno aceptable y lo malo rechazable en una obra de arte, no podría aplicar esas pautas al arte de hoy, que es arte moderno, donde los conceptos de género y estilo se han esfumado en un ambiente de tecnocracia y alto desarrollo industrial; donde el crítico está llamado a desempeñar más bien una función de orientador o educador del individuo para rescatarlo de la banalidad y la degradación de un cine y una televisión de consumo, y de una alienante civilización.

En la presente muestra, el pintor sacrificó arte en aras de una protesta por un V Centenario, harto cuestionado, tanto en su significación de “encuentro”, como “descubrimiento”, lo cual es captado por el pintor más bien como un genocidio. Y es que con el “descubrimiento de América” se inicia una de las más espantosas matanzas como pocas se conocen en la tierra. Efemérides como esta del “descubrimiento”, según muchos historiadores, no es más que un hecho convencionalmente aceptado, puesto que ellos mismos se han encargado de aclarar y demostrar que varias expediciones anteriores tocaron estas tierras, y establecieron con sus aborígenes intercambios de productos.

Según quedó asentado en una antigua inscripción fenicia, navegantes procedentes del Mediterráneo llegaron al Brasil en el siglo VI antes de Jesucristo. De hecho, Cyrus Gordon, jefe del departamento de estudios mediterráneos de la universidad norteamericana de Brandeis, descifró en 1968 una piedra grabada encontrada hace más de un siglo, en 1872 en una plantación del estado de Paraíba, Brasil. Dicha piedra fue rechazada en esa época por los arqueólogos que la calificaron de “falsificación”. Sin embargo, esta piedra fue enviada a la Academia de Ciencias de Río de Janeiro. Hoy se la ha dado crédito a aquella inscripción. El profesor Gordon, afirma que es auténtica.

En la vieja inscripción se relata que diez naves fenicias salieron de Ezión-geber, isla del golfo Akaba, navegaron por el mar Rojo y alrededor de África. Una de las naves fue arrebatad por una tormenta y llevada por la corriente subecuatorial a las costa de América. La inscripción reza: “Hemos llegado aquí doce hombres y tres mujeres a esta nueva playa que yo, el almirante, domino”. Este viaje fenicio quedó confirmado por el historiador griego Heródoto. Otros indicios de esta penetración fenicia están representados en cerámicas de diseño fenicio descubiertas en la boca del Amazonas, que acusan una existencia de mucho antes de los viajes de los vikingos y de Colón. Desde la fecha en que reinaba en Fenicia el rey Hiram al 1492, las aguas de estas tierras habían sido surcadas por embarcaciones griegas, noruegas, romanas, egipcias, chinas y japonesas, supuestamente con fines comerciales, puesto que en ese lapso la historia no revela hechos de violencia, los cuales, de haber ocurrido, hubiesen quedado registrados como hechos sangrientos.

La obra aquí referida como arte pictórico está desvinculada parcialmente de su creador. Creemos que Giusseppi nos ha acostumbrado al uso de muchas variantes, a una gran densidad y palpable movimiento, y también a otro tipo de imágenes inventadas que nunca han pretendido ser naturaleza, porque él, como pintor auténtico, sabe que la imagen creada por el proceso de invención pertenece a la antinaturaleza, porque la formas creadas respiran y vibran de manera artificial. El pintor consciente jamás intentará salirle al espectador con la puerilidad de que un cuadro pertenece a la naturaleza biológica, pues es otra vibración energética. Es el espíritu del hombre creador el que respira a través de la forma creada, sea esta convencional o contemporánea. Luego, es absolutamente falso suponer que solo se entiende y se disfruta realmente la forma figurativa que reconocemos y aparecen trilladas en la naturaleza, en tanto estamos imposibilitados para disfrutar la obra abstracta. Plásticamente, es tan difícil trasponer el umbral de la Gioconda como penetrar en el ámbito de Joan Miró.

Las formas vibran aunque el espectador no reconozca la imagen. La forma solamente necesita emitir su fuerza expresiva que sirva de vía de comunicación y conlleve la posibilidad de la experiencia estática, como en las obras de Leonardo, o presente una apariencia dinámica, como en el cinetismo y otras obras de arte moderno. Si en una, esa fuerza energética sonríe o plasma un rictus enigmático; en otra, se manifiesta en una serie infinita de líneas y manchas de un aparente desorden como en Pollock o de Kooning. Por lo demás, desde el punto de vista plástico, toda forma es abstracta, del puro abstraccionismo.

Otro ha sido también el movimiento de la materia de Giusseppi, que es el óleo. Cuando hablo de materia me refiero a la sustancia con la cual se amasa la estructura deseada en el hacer plástico. Esta sustancia vital con la que se crea una realidad llamada cuadro, en este caso, de imágenes aborígenes, pasa a segundo lugar. No son las manchas verdosas enrevesadas, brillantemente espontáneas y llenas de luz de su obra cargada a veces de fauvismo, de impresionismo o de expresionismo, sino una mezcla dramática y oscura, como en estado primario, animada de vida, pero sin llegar a la rica expresión pictórica; es otra obra, quizás asomada a las puertas del secreto de un nivel de leyendas y cenizas. Oleo o cualquier otra materia retenida en su sustancia primordial, como cuando se colorea con tierras y tintas vegetales. Fuerza terrígena, pero no llega a la metamorfosis, que es impostergablemente necesaria para trascender. Es como si en el significado de la creación apareciera el barro, modeláramos el hombre, pero le negáramos el soplo de vida.

Según Guillermo Frayle, lo que existe en la obra de arte, y puede llegar a ser, pero permanece en actitud de espera, es precisamente la fuerza de la obra. Desde el punto de vista pictórico de actualidad, tanto las imágenes como los espacios asumen la misma jerarquía, luego no deben establecerse diferencias, muy propias del arte trillado, entre continente y contenido, como en la antigua manufactura burguesa que nos impedía una unidad de visión. Antes de llegar a estas ilustraciones históricas, con las cuales el arte no debe comprometerse (como no sea para imponer el hecho artístico a la referencia histórica), una mancha en el fondo de un cuadro de Giusseppi se correspondería y actuaba  con otra que era la imagen de la forma.

El pintor, para la realización de esta laboriosa serie de motivos indígenas, no tenía por qué salirse del contexto de la revelación plástica, así suele acontecer a veces en los trabajos por encargo. Podía haber logrado una unidad de visión, porque me consta que el artista conoce a Van Gogh, Gauguin, Matisse y Cezanne, en cuyas obras la significación plástica mantiene un jamás superado acorde perfecto, como la más álgida expresión figurativista de arte moderno y acertadamente referencial. Hay cosas que el artista de nuestros días debe tener presenta: la universalización del arte, la independencia, mediante la autocrítica, lograda por el arte pictórico a través de su evolución, el paradigma de los grandes maestros mejicanos y el ejemplo sentado por Picasso con su Guernica.

El pintor modernista que en Evelio Giusseppi Flores existe acentuadamente en esta muestra se somete a la tiranía de la forma convencional, no pretende ir más allá de los límites nativistas, en su afán de llamar a la reflexión acerca de un hecho histórico, y en actitud acorde con el medio que conoce muy poco de escuelas y estilos. Es quizás una manera un tanto elemental de hacerse entender. Esta muestra tiene la finalidad de popularizar una protesta que día a día va extendiendo más su radio de acción. Estas pinturas innatistas e indóciles de Evelio, no nos presentan ninguna encrucijada, ningún dilema de entrar o no en el reino del arte. Renacentista, desde la acepción de intentar darte al arte una forma nueva, no logra la excepcional singularidad ni siquiera inconscientemente, como en el caso de Emerio Darío Lunar que pretendió fundir sus figuras en carne apasionada y le resultaron sus obras vuelcos misteriosos de más allá de la vida y la muerte. En las vírgenes y donceles aborígenes de Evelio existe una gran piel exterior que engaña la visión del contemplador, desde el punto de vista plástico, específicamente.

Nada nos invita a entrar en la obra de arte como tal, contrariamente, permanecemos apartados exteriormente en el tema y en lo legendario; ora divagando en los buenos y en los malos aciertos anatómicos, ora deteniéndonos en los triviales escenarios de fondo, y sintiendo que nuestro sentimiento estético se escapa por la tangente del cuadro. El tema y el mensaje adquieren aquí una importancia capital, tanto que hasta repelen el imperativo de toda obra de arte: Arte en prioridad. Giusseppi tenía algo que decir y la pincelada, que es escritura grabada sobre la tela, en esta pintura es línea cerrada, impidiendo que el espacio penetre en la forma; y solo nos revela en esas figuras su relación con el nombre y conocimiento de un acontecimiento histórico. Sus imágenes resultan significantes porque hablan de un sentimiento vital. El sentimiento del hombre algo desvinculado del artista, cerrando tal vez su puño de pintor, dueño de gran fuerza creadora, yo diría espiritual, esta vez impedido, trastocado en su barroquismo y su romanticismo, y en la posibilidad de descargar su interioridad emotiva.

Como reflexión, después de la presentación al público de sus cuadros indigenistas, el artista comprende que el tono más alto de su existencia es el arte pictórico, y que la pintura lo liberó desde hace muchas décadas de lo archivador y lo descriptivo a que estuvo sometido en sus primeros tiempos. Y todo suceso que irrumpa en su cotidianidad habrá de estar sujeto a esto que en él es primordial: el arte, y he aquí que aparecen en su paleta como fuente nimbada de arcoiris, nuevos cuadros, donde la anecdótico y hasta lo histórico se disuelven en la magia de una pintura en tono mayor que es, sin lugar a dudas, arte superior como jamás había probado su creatividad. Para mencionar algunas de estas obras que quizás salgan al público en alguna próxima muestra, subrayo “la tejedora”, “diosa tacarigua” y paisaje amazónico, entre otras.

¡Eso sí!, el arte de Evelio Giusseppi mantiene su sacralización. Una pieza suya conserva su valor intrínseco, precisamente porque no ha sido representada en cifras pecuniarias. Sé que si le fuera posible este autor devolvería el escaso dinero percibido en su larga trayectoria de pintor, para que algunas de sus valiosas obras retornaran a sus manos. Lo suyo nunca fue el medio fácil para adquirir fortuna, y por ende no es de esos pintores que “venden en calientico” ni trabaja para galerías. A la manera de los grandes elegidos, difícilmente le encontraremos haciendo antesala en los despachos de los promotores de arte, ni tomando parte en esas comparsas donde “críticos”, pintores y organizadores de eventos se hacen las barbas los unos a los otros, y se otorgan a sí mismos los premios, en la asfixiante atmósfera de sus círculos cerrados, en los cuales se cuecen muchos “pucheros”, que no tienen precisamente, sabor cultural. No es de extrañar, pues, que en los “brillantes círculos” de la pintura el nombre de Evelio Giusseppi no signifique nada. Un pintor de su envergadura no puede ser lanzado como un producto más. Si hay gente cabal y organizada que no conoce la pintura de Giusseppi, es porque más de una vez ha sido escamoteado en los eventos aragüeños donde debería ser una de las primeras figuras, por su currículum, por su larga trayectoria y su bonhomía.

No faltan criticastros de sensibilidad ambigua que miran su labor con desdén, porque su función pictórica no es la imitación servil de lo que está de moda en el exterior, ni la aproximación a lo que se está haciendo en los grandes salones. Giusseppi es indiscutiblemente un maestro de la pintura, no solo porque de su orientación ha surgido más de una figura de la plástica aragüeña, sino porque posee un gran dominio del color y la composición, y un canal inagotable de actividad. Las señales del artista no están al alcance del desciframiento para la multitud. En esto consiste la necesidad del teórico, del crítico, para interpretar sus mensajes, es falso que la obra de arte más pura carezca de mensaje, otra cosa son las anticuallas incorporadas a los cuadros como anécdotas o moralejas.

El mensaje de Piet Mondrian (por ejemplo) revolucionó el arte. De repente observamos al pintor en la creación de un cuadro sin mayores alcances plásticos, como para que sea abordado por el ojo común, como tan pronto lo vemos invocar un sesgo de misterio donde comienza a surgir la obra fluidamente, sin encuentros fortuitos con otros autores, y sin preconcepciones para complacencias de los marchantes. Dice alguien tan altamente calificado como el doctor (historiador y crítico de arte) Simón Noriega que “vivimos en una época en que el arte ha sido despojado de sus propios valores, la sociedad tecnológica fundamenta su existencia en la economía del tiempo y en el reino de lo mensurable. El arte, por su naturaleza, mal podría avenirse con todos estos conceptos, de allí que solo subsista reducido a condición de mercancía. Así se explica la costumbre, ya generalizada, de pintar expresamente para las exposiciones y, del mismo modo, componer música para los festivales”.

Giusseppi no corre con el tiempo, nova en ese tropel. Deberían seguir su ejemplo los pintores jóvenes, puesto que Giusseppi es joven en su pintura, es pintura moderna; aunque, exprofeso, no lo sea tanto en esta muestra. Digo pintores y no “pintamonas”, sobre todo aquellos que se ufanan de su juventud y zahieren a los “ancianos”, pero ellos siguen haciendo pinturas de escuelas y estilos con muchas décadas de atraso. Por ejemplo, he visto jóvenes ubicados a esta alturas de 1993 en abstractismos, estilo Jackson Pollock. Pollock es del año de 1912, y su juventud no fue imitativa, como es ahora la juventud de sus retrasados émulos maletillas. Siendo Pollock el más abstracto de los pintores norteamericanos, antes de formar su estilo, supo escuchar y ensayar muchos maestros y estilos, y gracias a su juventud en un arte original y creativo, hizo desplazar el centro de interés del mundo artístico de París a Nueva York, en el decenio del 45 al 55.

También me he topado con Roberto Matta, desastrosamente imitado por jóvenes de estas últimas décadas, cuando este pintor chileno pertenece a la generación de principios de siglo, y es original su puesta en escena del conflicto del hombre consigo mismo y con el mundo que le rodea. Aúna en su pintura al hombre y la naturaleza en una sola trama hombre-entorno. Técnica, tensión, polución, contaminación, sensaciones y espiritualidad, en Matta, nos revelan el diario acontecer en el vuelo pictórico general de los elegidos. Toda una síntesis muy imitada por jóvenes pintores. Y ese gran creador de estados de ánimo en arte pictórico: Wassily Kandinsky, tan mal traído y llevado en las imitaciones de jóvenes de esta generación, es justamente de 1866. Gracias a él, el clima espiritual y las emociones fueron aceptados como temas de la pintura. Queda así demostrado que la joven pintura, no es cuestión de sangre corriendo por las venas, sino el levante de un nuevo sol que, de tanta originalidad, nos abisme y deje un hito marcado en la evolución de las bellas artes.

Yo no creo en la inservibilidad de la crítica, pero sí creo en el anacronismo de una crítica anodina y obsoleta aplicada a las artes de actualidad. El arte de hoy no puede ser interferido sino con una crítica de lenguaje nuevo, como lo exige el arte contemporáneo, de tal suerte que, su sensibilidad, sus manifestaciones de vanguardia, no puede ser analizada mediante fórmulas tradicionales. Por otra parte, el pintor, el músico, el literato de hoy, no debe retrogradar el curso de su tiempo. Son testigos oculares, espejos del mundo que les tocó reflejar, el cual no puede ser atado a ideas y conceptos agotados. ¿Tiene, pues, la crítica actual una función diferente y cónsona con una cultura de valores tan distintos a los valores de la cultura del pasado? ¿Está de más la crítica, como dijera en una ocasión la periodista y promotora de arte, Sofía Imbert?

Mientras exista el arte, existirá la crítica, como una simbiosis de cuerpo y sombra, de creatividad e interpretación. ¿Qué se necesita para acusar la existencia real de un objeto? Someterlo a inspección y análisis. A través del arte, el hombre busca el perfeccionamiento de sí mismo. El día que el hombre haya completado la vida, cesará el arte, cesará la crítica. Decir que el arte no necesita la crítica, no es más que una frase, y es también asumir una actitud de crítico. Lo que podríamos llamar nuestra actual crítica de arte, padece de un innegable desprestigio, no solamente entre artistas, sino dentro del público en general; pues, según la valiosa opinión de pensadores calificados altamente, la crítica de hoy, afectada por sus relaciones capitalistas, es una onerosa actividad publicitaria, y este es otro factor más, alienante para el mundo del arte; pues, debido a ello, son exaltados muchos falsos valores y escamoteados muchos valores auténticos.

Todo el totalitarismo y el pragmatismo de una sociedad que no piensa sino en dirección de los dividendos golpea irrevocablemente los propósitos estéticos y espirituales. Lo que se impone muchas veces no es el conocimiento ni la originalidad del artista, sino la inmoralidad y la habilidad para trepar, cuando no es el comerciante en obras de arte, que enajena su libertad y programa la actividad del artista.Al menos en nuestro medio se lanza a un pintor casi igualmente como un refresco o cualquier otro negocio. No se establecen criterios ni se asumen responsabilidades ante la historia. Hay medios donde predomina, en materia de arte, un analfabetismo que aterra, y el artista que no se deje etiquetar ni marcar como producto de consumo no pocas veces es desdeñado por criticastros que fungen de críticos, no obstante carecer de la rigurosa formación histórico-teórico-filosófico-artística que exige el ejercicio de la crítica. Por otra parte, no será la Crítica quien dicta la pauta de lo que se debe hacer o no hacer en el arte.

Por cuenta de la crítica francesa, el Impresionismo hubiese muerto al nacer, tal fue la hostilidad con que lo recibió en los primeros tiempos. Fue al cabo de una década, en un clima todavía áspero, cuando se aceptaron algunas notas de reconocimiento sobre sus repelidos artistas. Igualmente ocurrió con el arte moderno al despuntar sobre la crítica y público norteamericano. En una gran exposición organizada por la Armory Show, en 1913, Van Gogh fue considerado un pintor torpe y de escasa visión estética; Matisse fue considerado pornográfico, inverosímil e infantil, y Cezanne un mediocre impresionista, con alguna que otra obra aceptable. Cuando el crítico se da a la investigación histórica, a la profunda observación filosófica y al rigoroso detenimiento ante diversas técnicas, se convierte en un espectador excepcional que emplea sus acertados conocimientos para dar una clara opinión acerca del valor de las obras de arte.

Con cursilerías aquí y allá no se puede pretender ser críticos de arte, cuando para esto se requiere egresar de centros de enseñanza rigurosamente formadores y o estas escuelas de arte nuestras, en su mayoría, distinguidas por el mal funcionamiento. Estar al día en materia de informaciones procedentes del movimiento artístico internacional y un eficiente aprendizaje de la historia del arte; pero ¿cómo?, si hay una ignorancia crasa en la materia entre los profesores, tan deplorable como los programas de enseñanza oficial, y ese aprendizaje memorístico que no otros resultados, sino la deformación de algo que no se ha puesto en práctica y que jamás se ha abordado más allá de una vaga referencia.

La obra de Giusseppi, en este mundo industrializado, no ha sido tocada por la repetibilidad. Permanece en el reino del arte que es el nivel de calidad. No es de estos pintores vendedores donde la cantidad va tomando el puesto de la calidad. Desafortunadamente,la alienación e que el mundo está sumergido ha incidido en la insensibilidad, pérdida de espiritualidad, y con ello el declinar del culto religioso y la individualidad dan como resultado la suplantación de los valores morales por los valores comerciales. Donde otrora campeaba el goce artístico se ha implantado el disfrute de los juegos de azar, el sadismo televisivo y todos aquellos hechos negativos provenientes del fenómeno de la masificación. Ciertamente, se ha colectivizado  el espíritu, como cuando las aguas se enturbian y salen de su cauce buscando los niveles más bajos. Sin embargo, la mente del artista cabal, contrariamente, se eleva a los altos niveles, donde permanece impoluta su sensible individualidad, y eso, hasta el presente, ha sido Evelio Giusseppi: un artista cabal. (HB. 1993).

Referencias

Joan Miró (1893-1983), pintor surrealista, español.
Jackson Pollock (1912-1956), pintor expresionista abstracto, estadounidense.
Willen de Kooning (1904-1997), pintor expresionista abstracto de origen neerlandés.
Henri Matisse (1869 – 1954): pintor francés, representante del flauvismo.
Emerio Darío Lunar (1940-1990), pintor venezolano nacido en Cabimas (Zulia).
Piet Mondrian (1872-1944): pintor vanguardista neerlandés.
Roberto Matta (1911-2002): pintor chileno surrealista.
Wassily (o Vasili) Kandinsky (1866-1944): pintor ruso y teórico del arte.
Fauvismo: movimiento pictórico francés del siglo XX.

  
Heriberto Blanco. Cagua, 1924; Maracay, 1993. Artista plástico, curador de exposiciones, crítico de arte, poeta y traductor.De personalidad polifacética, se dedicó bastante joven al teatro, la música, el canto y el baile; también incursionó en áreas como el modelaje, diseño de modas, alta costura y la locución; además, practicó las artes marciales. La fundación Museo de Arte e Historia de Cagua y la Casa de la Cultura Jorge R. Gómez B. realizó en 1995 una exposición colectiva en homenaje post mortem al maestro Heriberto Blanco. También en homenaje póstumo, Editorial Letralia publicó en 2004 el poemario Cuadernos de nostalgia de Heriberto Blanco.


 Más sobre la obra de Evelio Giusseppi:


 
Heriberto Blanco, artista plástico (1924-1993)

Evelio Giusseppi Flores. 2019.

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